EL TIEMPO

Campañas electorales: de la mula al ‘telepronter’

Veteranos y novatos coinciden en afirmar que la forma como los candidatos a la Presidencia hacen campaña hoy en día es muy distinta a la de hace 20 años o más. Es un culto a la organización y la tecnología y un despliegue de seguridad.

¿Se imagina a usted a Noemí Sanín, Horacio Serpa, Luis Eduardo Garzón, Íngrid Betancourt o Álvaro Uribe empujando una camioneta 4x4 varada en una carretera polvorienta de la Costa, o haciendo campaña en una lancha por el Río Magdalena desde Girardot hasta Barranquilla durante una semana? ¿O se los imagina llegando en caballo a los lugares más recónditos del país?

¿O se podría imaginar a Jorge Eliécer Gaitán, Laureano Gómez, Carlos Lleras, Misael Pastrana, Alfonso López Michelsen o Julio César Turbay Ayala dando discursos con telepronter, escogiendo a diseñadores de modas como Amalín de Hazbún y Jorge Barraza, o contratando estrategas de comunicaciones para que les dijeran las frases que debían incluir en sus discursos?

Las campañas del ayer

Una fiesta. Así eran catalogadas las gestas electorales que desde mitad del siglo pasado y hasta los años 80 se vivieron en Colombia.

Al calor del aguardiente, las cabalgatas, las grandes comilonas, las comitivas pequeñas y la pólvora eran recibidos los candidatos en cada uno de los pueblos o ciudades a donde llegaban. Eso sí, combinado con la solemnidad de los kilométricos discursos que parecían tener la intención de demostrar quién era el más pesado, en el plano intelectual, entre los aspirantes.

“Las campañas duraban como un año, en el que no la pasábamos viajando cada tercer o cuarto día. Era como perderse de la casa”, recuerda el veterano periodista político Carlos Murcia, quien en su ejercicio cubrió las aspiraciones presidenciales de los últimos 30 años.

Antes, los viajes a lo largo y ancho del país eran el elemento principal de todo candidato.

“En la campaña de 1982, como candidato del Nuevo Liberalismo recorrimos unos 550 municipios de un poco menos de mil”, recuerda el ex jefe de giras de la campaña de Luis Carlos Galán, el ex senador José Blackburn.

“En ese momento no teníamos restricciones de seguridad, el país se podía visitar de punta a punta”, agrega.

Y en esos recorridos, el reto más grande que tuvieron López Michelsen, Gómez Hurtado, Turbay Ayala, Barco Vargas, Galán Sarmiento y demás era llenar las principales plazas de cada ciudad o municipio.

“Así se demostraba la fortaleza que tenía el candidato. Era como un espejo de poder”, recuerda un parlamentario que trasegó durante muchos años en las campañas liberales posteriores al Frente Nacional (1958-1978)

Tan importantes eran esas manifestaciones, que el termómetro de la popularidad de los candidatos poco antes de las elecciones –en ese momento no se utilizaban encuestas- era el discurso en la Plaza de Bolívar de Bogotá, el cual se transcribía textualmente en los periódicos nacionales, los medios que dirigían a la opinión pública.

Los discursos se centraban en asuntos muy concretos, contaba mucho la capacidad oratoria del candidato y se les daba muy poco espacio a la participación femenina.

“Nosotros éramos como medio talibanes”, dice el veterano senador conservador Roberto Gerlein Echavarría, de la Costa Atlántica, al recordar que la actividad política era casi que exclusiva de los hombres.

La solemnidad oficial de las campañas, que alternaba con la espontaneidad de las manifestaciones, se reflejaba hasta en el trato hacia los candidatos y ex presidentes.

Muy famoso fue el “su excelencia” que utilizaba el periodista Darío Hoyos al dirigirse y referirse al ex mandatario conservador Mariano Ospina Pérez.

No obstante, las campañas eran empresas sencillas, donde imperaba la espontaneidad de candidatos y electores.

 

Las campañas de hoy

 

En las campañas de hoy la consigna es no descuidar el más mínimo detalle.

“La forma de hacer campaña sufrió una ruptura formal en 1989 con la muerte de Luis Carlos Galán y la aspiración de César Gaviria”, dice Blackburn.

El asesinato en Soacha del líder liberal puso en evidencia que en Colombia hacer política era una actividad de alto riesgo.

Eso se tradujo en una serie de restricciones que se han venido incrementando en los años siguientes con fenómenos como la guerrilla y el paramilitarismo.

La más clara de las restricciones de hoy tiene que ver con los desplazamientos, debido a problemas de seguridad.

Hoy, por ejemplo, es muy improbable ver a Noemí Sanín, Luis Eduardo Garzón, Horacio Serpa o Álvaro Uribe con un solo escolta.

De hecho, en esta campaña se han reforzado las medidas de seguridad, luego de incidentes como el ocurrido hace dos semanas en Galapa, Atlántico, cuando estalló un vehículo de tracción animal cinco minutos después de haber pasado la caravana de Álvaro Uribe Vélez.

Hoy algunas campañas, como la de Uribe Vélez, tienen hasta 120 miembros en sus equipos de seguridad y el candidato viaja en carros blindados, rodeado de siete u ocho camionetas con francotiradores.

Las giras a lomo de mula, carro o lancha desaparecieron para darle paso al avión privado o al helicóptero. Eso ha disparado los costos a tales niveles, que hoy se habla de cifras antes inimaginables como 20 mil millones de pesos.

Hoy, las maratónicas giras han desaparecido y las salidas de los candidatos se restringen a las capitales de departamento y municipios intermedios, donde los estudios de los organismos de seguridad no detecten mayores inconvenientes.

Existen casos como el de Luis Eduardo Garzón, candidato del Frente Social y Político, a quien el DAS, prácticamente, le tiene proscrita de su dieta política la visita a zonas del norte del país.

En el resto del país, el candidato de la izquierda solo debe hablar en recintos cerrados, según cuenta él mismo.

También, prácticamente han desaparecido las grandes manifestaciones en plaza pública, que han dado espacio a la realización de reuniones con pequeñas asistencias en centros de convenciones, clubes y salones de conferencias.

La idea, también, es que haya más contacto personal entre los candidatos y sus públicos.

“Hoy en día se involucra más a la gente”, dice el banquero Mario Pacheco, gerente de la campaña de Álvaro Uribe.

“Antes el pueblo venía al candidato, ahora el candidato va hacia él”, dice Aurelio Iragorri Valencia, jefe de giras de la campaña de Horacio Serpa y quien cumplió la misma función hace cuatro años.

Situaciones como estas le abrieron el paso a dos elementos que hoy son considerados los reyes de las campañas: las comunicaciones y las estrategias.

Los canales de televisión, los periódicos y las revistas, los consultores internacionales, las encuestas, la publicidad y los golpes de opinión son las mejores vías para llegarle a los electorados y consolidar cualquier aspiración.

A diferencia de antes, hoy es muy común ver a los candidatos leyendo sus discursos a través de un sistema muy usado en televisión: el ‘telepronter’, el mismo del que se valen los presentadores para leer los “innes” de las noticias. De esa forma, los aspirantes dan la impresión de estar hablándole de una manera ‘espontánea’ al público, pero sin salirse de sus libretos.

La campaña del hoy presidente Andrés Pastrana se caracterizó por una buena utilización de medios y por imágenes de impacto como la famosa foto de Tirofijo con el reloj de la campaña pastranista.

Los largos discursos han quedado atrás, para darle paso a las frases “que la gente quiere oir”, como dice Gerlein. Y en eso inciden mucho los colaboradores de los candidatos, quienes hoy en día son un staff más pequeño, pero influyente, lleno de tecnócratas y gente con experiencia académica en universidades extranjeras.

“La campaña es muy light”, reconoce el candidato Garzón, quien dice que el debate es monotemático, ya que con un país con miles de problemas, los candidatos cogen caballos de batalla como el proceso de paz y el empleo.

Como señala Murcia, “el ideal es presentar un producto muy bien adornado, que le llegue a la gente también visualmente”.

Por ALEXÁNDER TERREROS B.
Redactor de EL TIEMPO